Hablar (de verdad) del sexo en la pareja

Es ya todo un tópico el énfasis que la mayoría de profesionales de la Psicología ponemos en la comunicación. Pero lo hacemos por un motivo: una comunicación efectiva es una de las mejores maneras de prevenir problemas innecesarios. Y en cuestión de sexo, aunque sea especialmente importante, es donde se dan muchos déficits de comunicación. Sea por vergüenza, miedo al rechazo o por cualquier otro motivo, existe una tendencia general a asumir lo que es "normal" o cómo "deberían" ser las relaciones sexuales. El problema es que cuando algo se sale de estas supuestas normas el sexo se vuelve una fuente de frustración y culpa; en los peores casos, sustituir la comunicación por estas falsas reglas preconcebidas origina problemas de disfunción sexual e incluso de abusos.

Hemos de establecer una comunicación clara tanto con nuestra propia persona como con aquellas con quienes compartamos nuestra intimidad. Vamos a examinar tres pasos básicos (para recordarlos más fálimente podemos llamarlos las "3C") para caminar hacia una comunicación sexual efectiva:
  1. Conocer los propios deseos
  2. Compartirlos de manera expresa
  3. Consensuar las prácticas a realizar

Atendiendo a la propia sexualidad

Antes de poder comunicar, es esencial escuchar. Y es por esto que antes de poder expresar nuestros deseos es necesario que nos acerquemos a ellos.

¿Quién no se ha preocupado alguna vez por si sus gustos o sus fantasías sexuales eran "raros" o "inadecuados"? El tabú que aún pesa sobre muchos temas relativos al sexo no facilita en absoluto que se pueda hablar sobre ello, lo que hace que muchas personas se sientan aisladas. Este sentimiento puede generar tanto un autorrechazo como un miedo a que nuestra pareja o parejas sexuales nos rechacen también. El temor hace que nos censuremos a la hora de poner en palabras nuestros deseos o fantasías en la intimidad, aumentando nuestra sensación de aislamiento. Y así vuelve a comenzar el ciclo de no comunicación y autorrechazo.

En la realidad, las únicas normas que podemos tomar como universales en las relaciones sexuales es que han de ser: 1. consentidas (ya que sólo el consentimiento expreso es lo que distingue la relación consensuada de la agresión sexual); 2. llevadas a cabo por personas adultas en plenas facultades para dar dicho consentimiento; y 3. de manera que no ocasionen daños o perjuicios a otras personas. Si nos paramos a pensar, hay una infinidad de prácticas sexuales que se encuentran estigmatizadas aun no transgrediendo ninguna de estas consideraciones éticas. Si es el caso de alguna de nuestras preferencias sexuales, el primer paso para vivir más plenamente nuestra sexualidad es aceptar nuestros deseos al margen de morales impuestas.

Es fundamental distinguir entre fantasías y prácticas: una fantasía sexual es una ficción, una situación imaginada que nos ayuda a excitarnos; por otra parte, una práctica sexual es algo que se lleva o se puede llevar a cabo. Para quienes trabajamos en Sexología es tristemente frecuente encontrar personas que se juzgan por experimentar determinadas fantasías: por ejemplo, personas casadas que piensan que si tienen una fantasía con otra persona significa que inconscientemente no desean a su propia pareja y terminarán siendo infieles. Es muy necesario que hagamos el ejercicio de distinguir los deseos que queremos llevar a la práctica de lo que son nuestras fantasías (¡si incluso es posible fantasear con elementos que no existen!).


En lo que respecta a las prácticas sexuales es imprescindible conocer lo que nos gusta; tomar el control de nuestro placer. Algunos patrones educativos y culturales constriñen la sexualidad a una serie de condiciones muy específicas, prohibiendo y castigando todo aquello que se sale de dichas condiciones. Una parte muy importante que a día de hoy sigue siendo denostada en cierto grado es el autoerotismo, o el conocimiento del propio cuerpo. Hoy en día, muchas personas siguen manifestando prejuicios por pensar que es "propio sólo de adolescentes" o un "signo de insatisfacción con la pareja". Pero... si no nos responsabilizamos de nuestro placer, ¿es justo responsabilizar de ello a nuestra pareja? 

Cuando el disfrute es compartido

Una vez hemos creado un espacio para nuestro autoconocimiento es cuando realmente podemos comunicar nuestros deseos de manera más efectiva. ¿Cuál puede ser el problema para empezar? Por muy claras que tengamos nuestras preferencias, si no las hacemos explícitas caeremos en uno de los errores más frecuentes: dar las cosas por hecho. Es fundamental tener en cuenta que cada relación es única, y lo que le gusta a una persona puede no gustarle a otra; es más, lo que a una persona le gustó en un momento es posible que haya cambiado ahora. Muchas personas no manifiestan este tipo de cuestiones por temor a ofender o hacer daño a sus parejas sexuales, pero esto es una solución a muy corto plazo ya que las relaciones se repetirán siempre de la misma manera y esto puede generar una gran insatisfacción.

Pero, ¿y si nuestras preferencias no coinciden?

Existen multitud de prácticas diferentes que podemos incluir en nuestras relaciones íntimas, sólo hace falta explorar y echarle un poco de imaginación para descubrir todas las cosas que se pueden disfrutar en común.


Una manera muy efectiva e incluso divertida de hacer esto es la Lista WWW (por sus siglas en inglés Want, Will y Won't): lo que me gustaría hacer, lo que no me importaría probar y lo que no quiero hacer de ninguna manera. Esta actividad está inspirada en los ejercicios de establecimiento de límites enmarcados dentro de la comunidad BDSM, que distingue entre límites positivos, límites blandos y límites duros. Es importante hacerlo de manera individual para poder decidir libremente cómo redactar las columnas antes de poner las listas en común. Así, si dividimos una hoja de papel en tres columnas anotaríamos en la izquierda todo lo que querríamos hacer en la relación; en la columna central escribiríamos las prácticas que podríamos animarnos a llevar a cabo (podemos especificar bajo qué condiciones si es necesario); y en el lado derecho estableceríamos aquellas prácticas que no deseamos que se den en la relación (lo cual es de máxima importancia que se respete y no sea objeto de presión). Esto puede servir para poner sobre la mesa desde la introducción de determinados elementos como prendas de ropa hasta la decisión de implicar a otras personas en la relación, pasando por la elección de los métodos anticonceptivos o de protección. Cuantos más elementos incluyamos en la lista más enriqueceremos nuestras relaciones, y cuanto más detallemos lo que escribimos más probabilidades tendremos de asegurar que todas las personas implicadas comprenden a qué nos referimos. Además, hay que tener en cuenta que la lista es flexible y dependiendo de la etapa en que nos encontremos o de si hemos vivido experiencias positivas o negativas podremos mover algunos elementos de una columna a otra. Mi consejo es centrarse mucho en la columna central: es la más divertida, porque es de donde pueden salir cosas nuevas que podemos atrevernos a probar y, si nos gustan, incorporarlas a nuestra vida sexual habitual.

Con este ejercicio tan sencillo podremos evitar sentirnos en la obligación de hacer cosas que no nos gustan sólo por complacer, y además podremos descubrir otras muchas nuevas que nos saquen de la rutina y nos permitan enriquecer nuestra vida sexual.

Como profesionales trabajamos no sólo por disminuir las dificultades o disfunciones, sino por fomentar una vida sexual plena y placentera como derecho fundamental de todas las personas.

- Por Andrea Martínez



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